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martes, 23 de julio de 2013

Reflexiones del quinto día.



Bueno, pues estamos en casa desde hace cinco días. Cinco INTENSOS días en los que hemos tenido de todo. Afortunadamente, solo una rabieta gorda. Pero es que fue tan grande, que hasta el vecino pasó a preguntar si iba todo bien. 

Ayer y hoy D. ha estado muy tranquilo. Y es que llevamos dos días sin saltarnos los horarios y respetando las rutinas. Las visitas han sido fuera de casa y nunca de más de una hora y pico. Aunque hay diversidad de opiniones a mi alrededor, yo insisto en que el hecho de que D. sepa lo que va a pasar a continuación le da seguridad. 

Aún pregunta, en alguna ocasión, si vamos a coger otro avión. Y eso que la experiencia le encantó. Ver los aviones en el cielo está bien. Verlos desde la sala de embarque es genial. Pero tener la oportunidad de subir en uno por la escalera exterior en lugar de hacerlo por la pasarela, no tiene precio. Sin embargo, a pesar de ser un momento inolvidable de su vida, los aviones implican cambio. Y D. no quiere seguir cambiando. Ha llegado a casa y todavía no está seguro de que este lugar sea el definitivo. Después de vivir en el orfanato y pasar un mes en un hotel, ¿quién le garantiza que nuestra casa no es solo una parada más?

A esto es a lo que me refiero. A la seguridad que yo considero que ha de tener. Debe saber (y digo "debe saber" no "debe DE saber", que la diferencia es importante) que aquí nos vamos a quedar. Que SU casa es, al menos durante un tiempo, SU santuario. Es en el único lugar en el que no necesita ir de la mano de nadie. Sube y baja las escaleras sin problemas, entra y sale de las habitaciones solo, abre y cierra puertas y cajones con total tranquilidad... Todo lo que está fuera de estas paredes, aunque conocido, no es su territorio. Y le gusta salir de casa, que conste. Y a veces hasta es complicado conseguir que vuelva a entrar. Pero en el interior no hay miedos ni temores. Sabe quiénes son sus abuelos, tíos y vecinos/amigos y está encantado con ellos. Pero como nos pasa a los adultos, lo poco agrada y lo mucho desagrada. Acabamos de llegar, tenemos toda la vida por delante, ¿tan importantes y tan necesarias son las visitas estos primeros días? ¿Es que no se me entiende cuando pido que las cosas vayan poco a poco?

Que nadie me malinterprete. Por supuesto que la familia es importante pero ¿quién es su familia en este momento? Tan solo su padre y su madre. Es duro decirlo, sin embargo me apuesto el cuello (y sé que no lo pierdo) por una cosa: si mañana alguien viniera y se lo llevara a otra familia maravillosa, D. pasaría unos días malos pero se acostumbraría y los querría muchísimo en un futuro. Igual que se acostumbró al orfanato y quería a sus cuidadoras por encima de todo. ¿Por qué? Pues porque el vínculo con nosotros aún no está hecho. Nos quiere y nos da abrazos y besos a cada segundo, pero el apego no se hace en un día. El apego se cuece a fuego lento y necesita mucho tiempo de reposo. Y para que este se cree, ha de haber tranquilidad y rutina. Y seguridad y calma. Y tiempo para pasar malos y buenos momentos. Y días enteros para salir y volver al hogar. 

Y no estamos hablando de un bebé. Estamos hablando de un niño de cinco años que razona, que tiene preguntas y que busca respuestas. Que difiere y protesta y busca límites. Y no por recibir más visitas de unas personas u otras las va a querer más o menos. Sin embargo, que las visitas interfieran en su rutina sí repercute en el tiempo invertido para afianzar su seguridad y confianza, para entender que su casa es el lugar en el que puede estar tranquilo, sin interrupciones. Y cuando este primer paso TAN IMPORTANTE se haya dado por completo, entonces y solo entonces, los cambios podrán empezar a tener lugar. De la misma manera que una casa no se construye por el tejado, la estabilidad de un niño no comienza a formarse en la calle ni con gente "de fuera". 

Llegados a este punto de mi reflexión, la siguiente pregunta es: independientemente de que muchas de las cosas que digo son de sentido común y no hace falta un máster para entenderlas, ¿tan difícil es comprender que mi experiencia con niños es un grado? Llevo exactamente la mitad de mi vida trabajando con peques. Si a estas alturas no he aprendido nada, mejor cuelgo la bata y me dedico a otra cosa. 

Ya no pido que se respete mi persona. Pido que se respete mi casa y a mi hijo. Pido que se me permita decidir cuándo y dónde verlo. Pido que se me pregunte sobre lo que se quiere hacer con él. Pido que se entiendan (y si no se entienden ya me da igual) y se acepten mis opiniones. Y pido que no se me discuta. 

Hago un llamamiento a la comprensión, y lo hago por el bien común: me conozco y sé de qué manera soy capaz de perder los papeles cuando mi paciencia se acaba. Y se termina cuando me canso de hablar y de razonar. 

A estas alturas diréis: "si solo llevas cinco días en casa". Pues imaginad qué cinco días. Temo que todo lo que consiga entre semana (y no me refiero a esta primera semana, sino a las que están por venir) se vaya al traste con la llegada del viernes. 

El resto de las entradas me darán o me quitarán la razón. Y nunca he deseado con más fuerza poder decir "estaba equivocada".



martes, 16 de julio de 2013

¡Un día en el zoo Lion Park de Addis y la maletas preparadas!

La primera gran noticia es que hoy hacemos ¡CINCO días sin rabietas! Amagos tenemos muchos, pero todos se quedan en agua de borrajas. Es una maravilla, estamos contentísimos. Y con "estamos" me refiero a los tres, porque D. no hace más que bailar y cantar todo el día. Él también percibe que todo es alegría. Da gusto oírle reír.



En otro orden de cosas, ayer decimos ir a visitar el zoo de Addis. Para D. fue una experiencia maravillosa. Para nosotros, bueno, la experiencia fue disfrutar viendo al peque, porque a mí los animales me dieron mucha pena, ya que ninguno de ellos tenía más espacio para moverse que el que tenemos nosotros en la habitación del hotel. Pero D. lo absorbía todo, lo asimilaba, lo interiorizaba... Se asombraba con los leones (con los "ambasa", a los que yo siempre, torpe de mí, llamo "sambala" como la montaña rusa de Port Aventura). Miraba absorto cómo devoraban la comida, cómo rugían y movían la cabeza. Mi atracción fue él, sin duda alguna. 


En el mismo zoo, había una zona de atracciones y claro, después de ver su cara con los animales no podíamos renunciar al placer de verle experimentar las emociones de los "cochecitos" o de los todo-terreno con batería. 





Esta primera atracción estuvo bien, pero donde realmente disfrutó fue en el todo-terreno. Le encantan los coches grandes. Cuanto más grandes, mucho mejor. Y, claro está, "conducir" uno de su tamaño fue todo un privilegio.




Mamá hizo un auténtico esfuerzo y se preparó para subir en la noria. Menos mal que mi príncipe me ahorró el suplicio. Se ve que a él tampoco le apetecía. 

Rematamos la mañana en el zoo con una gran excepción, por ser un día especial: una MIRINDA entera para él solito.

De camino al hotel y con la tripa rugiendo como los ambasa, paramos en un restaurante hindú. Todo muy rico gracias a que lo pedimos sin picante. Y, de nuevo, D. fue el que más disfrutó: no le cambió la cara ni cuando probó una salsa que, ya en la distancia, picaba más que la tiña (jiji). Bueno, confesaré que mamá disfrutó también como una enana. Adoro la comida internacional. Lo pruebo todo y todo me gusta. Soy capaz de comer hasta reventar. 

La segunda gran noticia es que el vocabulario de D. aumenta cada día a pasos agigantados: "a la ducha", "así mejor", "en avión a Cuenca", "buenos días", "tines (por calcetines)", "chocolate", "zumo", "te/me gusta", "culete", "espera", "coche", "dónde está", "fenomenal". "aquí", "allí", "ahí", "arriba" y la que más le gusta: "D. guapo, muy guapo". En inglés ya dice: "sleep", "jacket", "good morning", "hello", "bye" y "thank you lunch" en lugar de "thank you very much".

Y la tercera gran noticia es que ¡VOLVEMOS A CASA! 

Esta mañana hemos llamado al representante y no nos ha cogido el teléfono, pero un poquito antes de las dos de la tarde, nos ha devuelto la llamada y se ha sorprendido de nuestra pregunta: "¿Qué sabes del pasaporte? ¿Cuándo vamos?" Supuestamente, su "maravillosa" secretaría, debería habernos dicho la semana pasada que tenemos hora para mañana. Si ya me caía mal antes, ahora no puedo ni verla. ¿Y si la tía se presenta mañana a recogernos y nosotros no estamos preparados? Ahora que lo pienso, ¿y si es su venganza por dejar llorar a D. la semana pasada? (voy a darle un voto de confianza y a creer que, simplemente, se le pasó).

El caso es que mañana a las nueve viene a por Marcos. Mientras tanto, D. y yo intentaremos cambiar el vuelo en la oficina de Ethiopian Airlines. Nos han dicho que si lo hacemos directamente con ellos ni siquiera tenemos que pagar las tasas, que a estas alturas ya son unos 200 euros. Si papá no tiene ningún problema en Embajada, a las 00.30 podremos coger el vuelo que nos llevará hasta Roma. Desde allí, un avión hasta Madrid y a las 11.30 pisaremos suelo español. 

Hemos estado fenomenal en Addis y, sin duda, será el viaje de nuestra vida, pero estoy convencida de que lloraré al pisar mi tierra. Y no lo digo solo porque ya tenemos ganas de volver. Es que, en ese momento, comienza la aventura real: el día a día en nuestra casa, con nuestra cultura, nuestras tradiciones (ya estamos pensando en la ropa de la peña de San Mateo y en el tambor de la noche de Turbas), la celebración de su primer cumpleaños con papá y mamá, la primera Navidad... Comienza nuestra verdadera vida en  FAMILIA. Comienza nuestra VIDA para siempre.




viernes, 12 de julio de 2013

¡Ya queda menos!



En estos cuatro días que no he escrito, han pasado varias cosas:

La primera, que la tarde en la que publiqué la última entrada, nos llamó el representante para que fuésemos a hacer fotos a D. y copias de nuestros pasaportes para poder ir a Inmigración. Cuando le dijimos a D. que tenía que vestirse corriendo, nos miró un poco mal, pero al explicarle que necesitábamos fotos para poder volar a España, se puso tan contento. Nos acompañó un trabajador del hotel, muy simpático por cierto, hasta el fotógrafo más cercano y se quedó con nosotros todo el rato. D. sale guapísimo, aunque se quedó un poco sorprendido del fogonazo del flash. 

A la mañana siguiente, vino el representante a por nosotros. Menos mal que comprobamos la documentación antes, porque la fecha de nacimiento de D. que él tenía era de un año posterior. Nos costó convencerlo de que D. no es del 2009, sino del 2008. Decía que no había problema, que daba igual. No sé si en la Embajada nos hubieran echado todo para atrás por diferencias entre la partida de nacimiento de D. y la fecha que nosotros tenemos en la documentación que nos dieron en Bienestar Social y que tenemos que presentar pero, por si acaso, no queríamos correr riesgos. Además, por muy poco que mida D. su desarrollo no es el de un niño de tres años. Ni por asomo. Total, que nos pusimos cabezotas y, al final, el representante dijo que lo cambiaba, pero que deberíamos retrasar todo un día. ¿Y qué es un día cuándo ya llevas en Addis tres semanas? ¿O cuando llevamos tres años y medio en el proceso de adopción?

Total, que a las nueve de la mañana del miércoles, vino a buscarnos la secretaria del representante. Nos subimos en un híbrido entre furgoneta y minibus, y nos fuimos a Inmigración. El concepto que yo tenía hasta entonces de colas para entrar cualquier sitio, cambió de manera radical. Aquello parecía un caracol humano. Gente, gente y más gente. Y como aquí todo funciona así, Marcos por una puerta y D., la secretaria y yo por otra, colándonos con todo el descaro del mundo. Yo me quería morir. No sé si a toda esa marea de personas le molestó o no que pasáramos por delante, pero en dos minutos estábamos dentro. Y a saltarse la fila otra vez. Todos allí de pie, sentados, esperando su turno y nosotros de una sala a otra, ignorando las caras que nos miraban. En poco más de cuarenta minutos teníamos todo lo necesario para ir a la Embajada.

De nuevo,a la furgoneta y un buen ratito de tráfico hasta que llegamos. Solo se bajaron la secretaria y Marcos y D. y yo tuvimos que esperar cerca de una hora, pasando calor. Allí dejaron el expediente de D. y la solicitud del visado. Ahora nos toca esperar a que lo revisen y nos llamen para ir a recogerlo. En teoría, el miércoles que viene podremos volver a casa. 

La segunda aventura, llegó en el viajecito de vuelta de la Embajada: una nueva rabieta. Pero esta vez de las gordas. De las que conseguirían sacar de quicio al Santo Job, y todo porque D. quería cambiarse de sitio en el taxi. El vehículo en cuestión habría que verlo: no voy a hablar de la limpieza porque no tiene sentido, guarro es poco; todos los hierros por fuera y tan solo un par de barras horizontales separando la zona del conductor de la de los pasajeros (que digo yo que se le ocurriría ponerlas a alguien que salió despedido por el parabrisas tras uno de los mil frenazos salvajes, muy salvajes, de los que se estilan aquí). El caso es que D. quería sentarse en uno de los asientos que dan al pasillo que hay hasta la puerta. Y vosotros diréis "¿y cuál es el problema?". Bueno, pues en un crío tranquilo no existe tal problema, pero en D, que se cayó del asiento con el coche parado (que parece que lo alimentamos a base de coca-cola del movimiento que tiene), el problema en mitad del tráfico caótico de esta ciudad, se convierte en un problemón. Y claro, le dije que no. Se sentó en el suelo, detrás del asiento del conductor, y comenzó el espectáculo. Y a todo esto, va la secretaria y me mira perdonándome la vida mientras me suelta: "No puedes hacer esto, no lo estás haciendo bien. No hay que dejar que los niños lloren". Hala, y se quedó más ancha que larga (ahora entiendo el "genio etíope". Si te dejan hacer lo que te apetece desde que eres pequeño con tal de que no llores, ¿qué humor vas a gastar cuando te digan que no a algo?). Bastante cabreada estaba yo como para aguantar eso, así que le contesté que lo que no se puede permitir es que no aprenda a aceptar un no o que siempre se salga con la suya. Así que, se dio la vuelta y se puso a hablar con el conductor. 

Me apuesto el cuello a que me estaban poniendo a parir. Como si yo no estuviese acostumbrada. Con lo reservada que soy en un primer momento, estoy habituada a caer mal a la gente y a que me pongan fina (luego soy muy maja, ¿eh?, pero de entrada soy "especial", jiji), por lo tanto, dejé que dijeran de mí lo que les apeteciera y seguí mirando por la ventana. Claro, a los veinte minutos de berrinche, teníamos ya la cabeza como un bombo. Llegamos al hotel y lo tuve que bajar en brazos mientras pataleaba y llevarlo a la habitación. Pero ahí no acabó todo. Aún nos quedaba otra media hora de lloros y gritos, hasta que D. se quedó dormido en el suelo. 

Cuando Marcos lo cogió para subirlo a la cama, el espectáculo continúo y D. nos obsequió con otros cuarenta maravillosos minutos de sus extraordinarias facultades pulmonares. ¡Bieeeeeennnnnn! Un extra de la actuación que anterior. Como en los grandes conciertos cuando el cantante sale para regalar al público una última canción. Si es que es más majo mi chico...

A estas alturas de la película, yo no sabía si tirarme por la ventana o marcharme de la habitación. Ceder está claro que no se podía. Entiendo que el origen de su rabieta no era el asiento del taxi. Muchos más factores influyeron, pero el No es No. Así que aguantamos hasta que volvió a quedarse dormido, esta vez en la cama y, casi una hora más tarde, se despertó. D. sabía que yo estaba muy enfadada con él y por eso no me llamó cuando se levantó. Me evitó todo el rato, incluso en la comida. Es este punto el que me confirmó que, si bien el idioma es muy importante para explicar las cosas y ahorrar enfrentamientos, el lenguaje no verbal (que lo mejor que tiene es que es internacional), hace maravillas a la hora de comprender los sentimientos.

Una vez en la habitación y ya preparados para la siesta, D. le preguntó a Marcos por mí y entonces sí se acercó, pasito a pasito y tanteando mi energía, para ver si estaba receptiva. Y sí, ese sí era el momento para abrir los brazos, dejar que se subiera en mis rodillas y poder darle mil y un besos. Y  los dos juntitos nos fuimos a dormir. 

Y por último, en estos cuatro días, he cogido la tiña. D. me la ha pegado. Tanto tiempo las cabezas juntas, al final me la llevo de recuerdo a Cuenca. A ver, si uno tiene las defensas normales (no digo altas), pues no hay problema. Pero cuando las tienes a ras de suelo y luchando día a día por levantarse un poco... te toca el euromillón. Empecé con una manchita en la barbilla. Parecía una rozadura y escocía de la misma manera. Pero poco a poco fue creciendo y ahora es de un rosa espectacular y tiene muchos puntitos blancos monísimos, exactamente iguales a los que tiene D. en la cabeza. ¡¡¡Y pica como mil demonios juntos!!! Si al pobre mío le pica así la cabeza... Así que esta mañana hemos ido a la farmacia y nos han dado una crema para los dos y un champú para D. Esto último me lo voy a echar yo también que, aunque en el cuero cabelludo creo que no tengo, mal no me va a hacer. Más vale prevenir que curar. 

En otro orden de cosas, esta tarde quiero ir a hacerme las trencitas de todos los veranos a la pelu que hay enfrente del hotel. Es un peinado comodísimo para el calor. Además, si al final resulta que tengo tiña también en la cabeza, aplicarme la crema será mucho más fácil.

De momento, nada más. Voy a despertar al príncipe que ya le toca merendar. 

lunes, 8 de julio de 2013

16 días



Este es el tiempo que llevamos aquí. Y ya comienza a hacerse pesado. Menos mal que hemos empezado a salir del hotel desoyendo los consejos de la ECAI. No sé si estamos haciendo bien, porque la semana pasada pedimos a nuestro representante que nos diera una copia de la sentencia para poder salir con D. a la calle y aún la estamos esperando. Pero es que aguantar aquí dando solo una vuelta a la manzana, es como para volverse loco. 

Ayer salimos con una familia de Gijón que piensa lo mismo que nosotros y estuvimos viendo el mausoleo de Menelik II, el emperador etíope que consiguió unificar el país y fundar la ciudad de Addis Abeba, gracias a un capricho de su mujer Taytu Betul. Precioso, por cierto. Y desde allí nos fuimos andando hasta la Avenida Churchill (¡menudo pateo!) donde hay un montón de puestecillos para gastarse el dinero en souvenirs. Tan solo dimos una vuelta de reconocimiento y quedamos para hoy. 

Así que esta mañana, a las diez y poco, nos hemos metido en el taxi y hemos estado dos horas y pico regateando y comprando regalitos y recuerdos. 

Esta ciudad es totalmente alucinante, llena de contrastes de todo tipo y absolutamente caótica. Me gusta mucho, pero reconozco que es excesiva para mi tranquilidad. Habrá quien adore tanto jaleo pero a mí, y eso que soy la Reina del desorden, esto me agobia. Por no hablar de la contaminación, que no se lleva nada bien con mi sinusitis. 

No sé cuánto tiempo más tendremos que permanecer aquí, pero quiero ver muchos más lugares de este país. O, al menos, de esta ciudad. Quiero tener fotos y recuerdos (como mínimo visuales) para poder contar a D. como es Addis. Hablarle de sus gentes, sus calles, sus costumbres, sus olores... Quiero proporcionarle una base sobre la que construir su identidad etíope, algo en lo que pueda comenzar a buscar sus orígenes si algún día esa curiosidad se le llegara a despertar. Con sentencia o sin ella. 

De las rabietas ya tenemos suficiente documentación... y me da que vamos a recopilar mucha más aún. Esta mañana, sin ir más lejos, hemos vivido otra. Esta vez el detonante ha sido algo tan sencillo como una botella de agua. Teníamos dos en la mesita de la habitación y cuando me he levantado he terminado una y la he tirado a la papelera. No sé qué habrá pensado D. pero ha sido un auténtico drama para él. Que, claro está, hemos encadenado con la ropa. En otras circunstancias las medidas hubieran sido distintas, pero como creo que algo le está rondando (casi hemos liquidado la tos horrible que trajo del orfanato, pero hemos empezado con mocos y estornudos), nos hemos armado de paciencia y de mimos y al final se ha calmado, ha dejado los lloros y ha vuelto a sonreír como siempre. Mira que Marcos lo ha dicho esta mañana cuando se ha despertado: "hoy tenemos el día torcido". Y, aunque hemos tenido algún que otro conato de berrinche, los hemos ido capeando de la mejor manera posible. Como resultado, la excursión ha terminado comiendo pizza y alitas de pollo picantes (MUY picantes) en un restaurante cerca del hotel. Tanto ayer como hoy, D. se ha portado como un auténtico campeón. Y lo mejor es que él mismo se lo dice todo: "Campeón D." y se queda tan feliz. 

En otro orden de cosas, tengo que decir que D. ha crecido dos centímetros desde que llegó al hotel. En abril medía 91 centímetros (quizá algo más); el día 29 de junio, 96,5 y el sábado ya alcanzaba los 98,5. Pero lo mejor de todo es que esa tripa tan exagerada (debida a la invasión de parásitos a causa de la desnutrición) que a mí me tiene tan preocupada, ya ha bajado un centímetro entero. Así que, "todo va viento en popa a toda vela".

Ahora estamos atravesando una racha de mamitis, papitis y mimitis en general (fase normal en esto del vínculo). Quiere ir en brazos todo el tiempo posible, le dan arranques de pasión hacia mamá y papá y nos sorprende con una lluvia de besos o abrazos de oso (u osito, para ser más exactos) en cualquier momento y lugar, si me acuesto con él acaba tumbado encima de mí y cuando se despierta busca el contacto con nosotros. Y si salimos de la habitación, ha de ser de la mano y sin soltarse ni un segundo. 

En cuanto al aprendizaje del castellano, mi príncipe "progresa adecuadamente":

- "Hola": a cualquiera, incluso cuando vamos por la calle y alguien se le queda mirando.
- "Adiós": aunque entiende perfectamente el significado, de momento solo lo repite.
- "A ver": siempre que le dices "D. mira".
- "Una, dos, tres": cuando quiere saltar un charco o un montón de piedras, subir o bajar de cualquier sitio o algo tan divertido como hacer volteretas en la cama.
- Contar, en general, del uno al diez ya está dominado, aunque a veces se salta el siete. 
- "No": no necesita explicación ¿verdad?
- "Comer": idem.
- "Son chulas": (esto fue lo primero que dijo en español) cuando algo le gusta mucho.
-"Este": cada vez que te quiere enseñar algo o decidir qué ropa nos ponemos hoy. 
- "Para": delante de "mamá", "papá" o "D." cuando toca repartir algo. 
- Muchos "oooohhh" y "ualaaaaa": siempre que algo le sorprende. 
- Y multitud de repeticiones. Como un loro, de verdad. Sobre todo las palabras que llevan CH. Son tan sonoras que le encantan.

En inglés, canta el abecedario y cuenta hasta el diez (se lo enseñaron en el orfanato) y contesta "yes" y "thank you". Por supuesto, sabe decir perfectamente "lunch time" aunque prefiere el "comer" del castellano. 

Pero lo mejor de todo es que siempre está dispuesto a recoger, a ayudar, a aprender, a compartir e incluso a consolarte cuando te haces daño o te encuentras mal. 

Eso sí, en lo que aún "necesita mejorar" es en la paciencia. Es su asignatura pendiente. No hay manera. Lo quiere todo para ayer y si no lo consigue se queja, se queja y se queja hasta que mamá y papá le imitan. Entonces le entra la risa y se le olvida lo que quería. Así de simple. 

Es un sol. Es nuestro sol. 











viernes, 5 de julio de 2013

Pasito a pasito





Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar.



D. no conoce a Antonio Machado, pero si lo hiciera, este sería su poema. 
Y desde ahora, se ha convertido en el nuestro.


  Ayer y antes de ayer han sido dos días estupendos. La música de su risa sigue llenando la habitación y la luz de su mirada brilla incluso de noche, cuando mami se da la vuelta antes de dormir y se topa con esos dos diamantes que miran todo con curiosidad. Alarga sus manitas y busca nuestro contacto. Respira profundamente y se duerme feliz...

  Cada mañana es una fiesta: saltos, cosquillas, besos, abrazos... y ya hemos cargado las pilas. Después de casi veinte minutos de juegos sale corriendo al baño y nos apremia: hay que lavarse la cara, vestirse y llegar al comedor. Es la hora de desayunar y ¡es un momento sagrado! Leche, cereales, zumo de pomelo o naranja, un huevo duro (necesitamos proteínas), un trocito de bizcocho y una tostada con mantequilla y mermelada. Cualquiera diría que es una barbaridad (y a veces lo pensamos y prescindimos de alguna cosilla) pero D. quema hasta la última caloría del desayuno y a las dos horas y poco ya está pidiendo el almuerzo.

  Sin embargo... cuando esta mañana ha llegado el momento de vestirse, D. ha torcido el morro y ha vuelto a quedarse mirando al infinito. Y es que estos etíopes son muy presumidos. Entre la curiosidad que les despierta todo lo novedoso y que por estas tierras el que se arregla SE ARREGLA, tenemos problemas con la ropa. Así que hemos vuelto a las rabietas de miradas perdidas, postura de indiferencia y desconexión del sentido del oído. Como no había manera de hablar con él, Marcos y yo hemos decidido que desayunábamos en la habitación, porque forzarle no sirve de nada. 

  Al principio D. seguía mirando al infinito, pero poco a poco ha ido observando cada bocado que nos llevábamos a la boca. La llave para desayunar estaba al alcance de su mano: solo tenía que ponerse los calcetines y las zapatillas. Pero mi pequeño príncipe es muy cabezota y aún tenía que demostrarnos que le quedaba genio en el cuerpo. Siendo esto así, mamá y papá se han hecho los ciegos, han terminado y han recogido. Se acabó el tiempo. Y el Rey de los enfados ha comenzado a ceder, pero solo "comenzado". Aún nos aguardaban diez laaaaargos minutos hasta conseguir que D. admitiera la ayuda de papá para ponerse la zapatilla. 

  Entonces sí, las sonrisas, los besos, los abrazos y las expresiones de alegría han vuelto a la 104. 

  Y el desayuno ha aparecido en la mesa. 

  Y los ojos de D. han vuelto a brillar. Pero, claro, eran ya las nueve de la mañana. Otros días a estas horas estamos jugando. Hoy mi príncipe estaba hambriento.

  Papá y D. han bajado al patio, han jugado, han vuelto a la habitación, hemos hecho puzzles, incluso hemos tocado el piano en la tablet y el almuerzo nos ha sabido a manjar de dioses. Al final, D. y yo hemos acabado haciendo volteretas en la cama. Pero el mejor momento para mami, sin duda, ha sido cuando D. se ha cansado y ha decidido que se tumbaba encima de mí. Y así nos hemos quedado muuuuchos minutos, haciéndonos caricias y notando nuestra respiración, que la relajación también es importante.

  Y llegó la hora de comer. Hoy había muchísima gente y hemos tenido que compartir mesa con otra familia adoptante. A D. esto le ha matado. Con lo tímido que es el pobre, lo de tener extraños alrededor no mola nada. En realidad, extraños no son, llevan aquí más tiempo que nosotros y ya nos hemos visto varias veces, pero como he dicho antes, el momento de la comida es sagrado. Y esta familia, a todas luces para D., ha resultado un inconveniente. Así que, vuelta a la rabieta. Hasta se ha bajado de la silla y se ha quitado el babero. A estas alturas del partido, mamá y papá ya habíamos empezado a comer, de hecho, estábamos terminando y D. ha debido de recordar que esta mañana casi se queda sin desayuno y que hace unos días, la comida que no quiso (casi ni la probó) se convirtió en la merienda. Con las mismas, ha vuelto a ponerse el babero, se ha sentado en la silla y se ha comido sus macarrones "más feliz que una perdiz".

 Y ahora está durmiendo como un angelito. Rectifico: están durmiendo como dos angelitos. 

 Hace un momento, D. se ha despertado, me ha mirado, me ha pedido con la mano que fuese a su lado y me ha abrazado fuerte, fuerte, fuerte. Me ha dado mil y un besos y ha vuelto a quedarse dormido. Y desde entonces tengo una sonrisa tan grande que no me cabe en la cara. 


Y es que, D. ya está aprendiendo que


Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca 
se ha de volver a pisar.



Y mamá y papá y a saben que


Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.

miércoles, 3 de julio de 2013

Y después de la tormenta...



Estos dos últimos días han sido muy malos. Antes de ayer, las rabietas de D. no concluyeron con la siesta, como ya suponía, y ayer alcanzamos límites que no creí que llegaría a ver. Afortunadamente fuimos capaces de mantenernos serios y firmes y al final D. se quedó dormido llorando. 

Y yo sentí otro cachito de mi corazón hacerse añicos. Menos mal que Marcos estaba ahí para recoger los trozos y ayudarme a pegarlos. 

Para mi gran sorpresa, D. se despertó tan contento como siempre y haciendo gala de la capacidad inmensa que todos los niños tienen para olvidar y empezar de cero. 

Y hoy el día está siendo maravilloso.

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Cuando empezamos este proceso adoptivo, sabíamos que no iba a ser fácil. Pero cuando uno piensa en la adopción, tendemos a referirnos, erróneamente, tan solo al puro papeleo que, a grandes rasgos, termina con la sentencia favorable de adopción. Sin embargo, el proceso no acaba nunca. Continúa mucho después del juicio con el día a día. Perdura más allá del viaje y el regreso a casa. Finaliza, si es que es posible decirlo así, cuando exhalamos el último suspiro. La adopción dura toda la vida, porque la maternidad y la paternidad duran toda la vida. 

Y lo que se nos olvida con frecuencia es que nuestros niños no han solicitado ser adoptados. Los padres los deseamos desde el mismo instante en que la idea de adoptar germina en nuestras cabezas. Este deseo se va transformando a lo largo del proceso y el amor comienza a hacerse presente cuando vemos su foto. Estalla al primer contacto con nuestro hijo y va asentándose con el paso de los días. Pero, realmente ¿alguien le ha preguntado a nuestros chicos si quieren que nosotros, y solo nosotros, seamos sus padres? Un día llegan unos extraños y se lo llevan. Así. Y por fuerza están obligados a querernos. Sin más. Y ellos lo hacen, porque los niños quieren porque sí. Porque son inocentes, porque están limpios, porque son trasparentes. Porque son, simplemente, niños. 

Y cuando llegan los primeros problemas decimos que tienen carácter. Decimos que son cabezotas. Y sí, lo serán seguro. Pero hagamos un ejercicio de empatía e imaginemos la situación al revés: nuevas caras, nuevas costumbres, nuevas normas, nuevos lugares, nuevo idioma (en el caso de la adopción internacional)... yo creo que me tiraría por la ventana. Así. Claramente. 


La adopción es difícil. Si el niño es mayorcito, mucho más, porque tiene capacidad de decisión, de opinión, de comparación. Porque su personalidad está hecha, asentada, determinada. Porque entiende, discute, asiente o difiere; porque se opone, acepta, exige y comparte. Porque existe la barrera del idioma. Porque todo lo hace con conocimiento e intención. 


En estos días que llevamos de convivencia, he pensado muchas cosas. Muchas. He mirado a mi pequeño mientras dormía, mientras comía, mientras jugaba... He buscado explicación a cada una de sus acciones. He reído con él hasta quedarme sin aire. He aprendido sus rasgos y sus gestos. He memorizado cada marca de su piel. Y he seguido pensando muchas cosas. Muchas. 

Es nuestro hijo. Nuestro. Solo nuestro. Pero está aquí gracias a otros padres. Y no sé si es pura sensiblería (que, por suerte o por desgracia, de eso me sobra) que pienso muchas veces si esto es exactamente lo que ellos esperaban para D. 

Apuntamos cada palabra que dice en su idioma y que somos capaces de relacionar con un significado en castellano. Sé que, tarde o temprano, olvidará su lengua (muy a nuestro pesar) y queremos hacer lo posible para conservar lo que podamos. Siempre he dicho que aprender un idioma, probar la comida tradicional y escuchar la música de un país, es la mejor manera de entender una cultura. Queremos que D. ame Etiopía tanto como amará  España. Por él, por sus padres, por nosotros. 

Procuramos que todos los días se levante riendo y se acueste igual. La risa es tan necesaria o más que el sueño y, a pesar de las rabietas, siempre hay risas, besos y abrazos en esta habitación. 

Y todos, todos, todos los días sin excepción le digo cuánto le quiero. 

No sé si es todo lo que buscaban sus padres, pero espero que, al menos, sea suficiente. Porque es lo mínimo que nosotros queremos para él.


lunes, 1 de julio de 2013

Un día... raro.



El día de ayer fue fantástico. D. estuvo todo el tiempo la mar de receptivo, comunicativo, gracioso, atento, sociable, simpático... fantástico, en general. Hablamos con todo el mundo por Skype sin que apenas se quejara. Además, poco a poco ya vamos alargando los horarios y D. ayer tampoco tuvo ningún problema en ese aspecto. Conseguimos evitar las dos rabietas que se avecinaban, una de ellas porque quería ponerse ropa nueva. Como cuando uno no es capaz de entenderse con el idioma lo mejor es pasar a la práctica, al final le sacamos toda la ropa de la maleta (la que habíamos guardado porque le quedaba grande) y dejamos que se la probara para que pudiera comprobar que le quedaba mucho peor que la que había en el armario. Asunto solucionado: con la ayuda de papá dobló todo lo que había sacado, cerró la maleta y se puso los pantalones de siempre.  

Hoy se ha despertado a las siete y hemos empezado muy bien el día, pero se nos ha ido torciendo poco a poco. A ver, no es que a estas horas hayamos tenido la bronca del siglo ni nada por el estilo, pero ni ha hecho tanto el "payasete" (como yo digo), ni ha estado receptivo a la llamada por Skype que le hemos hecho al tío por su cumpleaños. Ya me ha extrañado verlo tan tranquilo esta mañana, después de desayunar, recortando y pegando papelitos durante casi media hora, o jugando en el patio del hotel con tanta gente como había...

A eso de las doce, hemos decidido que teníamos que salir a comprar algún pantalón para D. porque todos los que le hemos traído le bailan. Incluidos los de tres años. Además, después del episodio del hospital, intuíamos que volver a subir en un coche le iba a costar, y no queríamos dejar pasar más tiempo. Y así ha sido.

Le hemos explicado que íbamos a llamar a una "máquina" para ir a comprar ropa para él. Todo le ha parecido bien, excepto lo del coche. Al final, después de mirarnos mal un par de veces, hemos conseguido que entendiera que no iríamos al hospital y no ha habido problemas al subir en el taxi. Como las veces anteriores, en el trayecto, D. miraba todo con muchísima atención y al llegar al centro comercial, se ha bajado tan feliz. Hemos entrado en la primera tienda de ropa infantil que hemos visto y que, además, tenía muchísimos juguetes y ha abierto unos ojos como platos. Pero... ha salido la vena presumida de la que tanto nos han hablado. Según Marcos o yo cogíamos pantalones, iba negando con la cabeza y señalando camisetas de colores chillones. Pero nosotros queríamos un pantalón. Por fin, hemos encontrado uno de su talla que le ha hecho gracia y cuando se ha quitado las zapatillas y la ropa que llevaba para probárselo, ha empezado la bronca. Ya no se quería vestir ni con uno ni con otro. Se ha tirado por el suelo, ha pataleado, se ha retorcido... en fin... una más. Claro, en mitad de una tienda uno se pone más nervioso. Si encima eres una pareja de blancos con un niño negro en un centro comercial y sabes que todo el mundo te está mirando, pues más nervios aún. La pobre dependienta preguntando en inglés si el crío hablaba amárico, Marcos esperando para ver si podía pagar con tarjeta (que los birrs abultan una barbaridad y no queremos cambiar más), el crío con su rabieta en mitad de la tienda, yo peleándome para ponerle las zapatillas... Total, que al final nos hemos llevado solo un pantalón, D. se he tirado al suelo al salir, Marcos lo ha cogido en brazos por no liarla allí en medio mientras seguía pataleando, poniéndonos firmes que ya está bien de tanta rabieta, y venga a dar vueltas por el centro comercial. Cuando al final lo ha bajado al suelo, seguros ya de que no se iba a volver a tirar, no me ha querido dar la mano, solo aceptaba la de papá, hasta que hemos salido a la calle y ha visto mil coches por todos los lados y un montón de gente. Entonces sí, me ha agarrado fuerte hasta que nos hemos sentado a comer. 

Allí ha vuelto a querer hacerme "el vacío" pero, afortunadamente, es un chico muy cariñoso y le han podido más las ganas de sonreír que el enfado. Y... ha llegado el siguiente momento raro: la comida. D. come siempre todo lo que tiene en el plato, le da igual lo que sea. Si no conoce la comida, la prueba sin ningún reparo. Si la que tiene él es diferente a la que tenemos nosotros, nos pide un poco. Pero hoy, ha olido la comida y ha dicho que "nanai". Tampoco la que tenía yo (y no era nada raro, de verdad, solo un sandwich y un plato de pasta). Solo ha aceptado la de papá. En cualquier otra circunstancia, todo habría sido distinto, habría tenido que probarlo como mínimo. Pero hoy ya llevábamos mucho y sólo hace cinco días que estamos juntos. Hay que marcar los límites desde el principio, sí. Pero también hay que aflojar la cuerda de vez en cuando, no vaya a ser que de tanto tirar al final la rompamos. 

En las mesas de al lado, había unos chicos comiendo un helado. Por la cara de D. apostaríamos que nunca había probado uno. Así que, como concesión, mamá se ha pedido uno grande de vainilla. La cara de mi peque ha sido genial cuando ha visto podía probar una cosa de esas y se ha acercado tan dispuesto a darle un lametón (como ha visto que hacían los chicos) y... ¡menudo bote al comprobar lo frío que estaba! Pero qué rico. Así que nos hemos comido el helado entre los dos. Gracias a esto, también hemos podido comprobar que se le calan las muelas del frío y le duelen los oídos y la garganta. A ver cómo aguantamos con esto de aquí a que lleguemos a España, porque al hospital no le vamos a llevar de nuevo a menos que nos encontremos con algo grave. Hoy hemos empezado a tomar medicación para la tos. Eso sí, dosis para niños menores de dos años que, entre lo poco que pesa y que nunca antes había tomado jarabe, yo supongo que es suficiente. 

Llegada al hotel después de comer con D. muriéndose de sueño: nos lavamos los dientes como todos los días, los tres juntos, fenomenal. "D. vamos a dormir" y un no rotundo con la cabeza. Bueno, no pasa nada. Las otras veces, cuando ve que nosotros nos vamos a la cama, enseguida viene detrás. Pero hoy ha querido coger la cámara de fotos antes de echarse la siesta y se ha ido derecho al cajón donde la guardamos, con tan mala suerte que se ha pillado el dedo (en realidad se lo ha "medio pillado" porque sólo se ha llevado un susto), y como era papá el que le estaba diciendo que tuviese cuidado, el cabreo ha sido con él. Otro momento raro. Se ha tirado al suelo, como siempre, y ya no ha querido cuentas con nadie. Hemos insistido un par de veces pero nada. Pues hala, ya se le pasará. Al final se ha quedado dormido. Le he quitado el pantalón y las zapatillas en el suelo, pero ha sido Marcos el que le ha cogido en brazos para ir a la cama y cuando se ha despertado y ha visto que era él, otra vez a retorcerse. Se ha levantado y se ha quedado de pie, mirando la infinito. Como sólo permitía que me acercase yo, poco a poco, he conseguido quitarle la camiseta y convencerle de que se metiera en la cama pero, eso sí, tumbado encima de mí... y el pobre se ha quedado dormido antes de darse cuenta. 

Y ahora ahí los tengo a los dos, durmiendo a escasos centímetros uno del otro. Tan tranquilos y tan "rebonicos" que me da lástima despertarlos, pero son ya las seis y es hora de merendar. 

Sé que cuando D. se levante va a estar tan contento como siempre. De lo que ya no estoy tan segura es de que el día raro haya acabado por hoy...