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viernes, 28 de agosto de 2015

Carta abierta a mi primer hijo


No sé si en algún momento de estos cinco años desde que empezamos a seguir nuestro hilo rojo he llegado a escribirte directamente en el blog. Así, de tú a tú. Sea como sea, hoy siento esta necesidad de comunicarme contigo por esta vía. 

Sé que si lo hago de forma verbal, lo más normal es que no entiendas la magnitud de mis sentimientos ni la importancia del mensaje. Incluso es seguro que mi desazón y desconsuelo acaben anidando en ti. Y no es eso lo que busco ni lo que quiero transmitirte con mis palabras. Nada más lejos. El problema es que, en mi caso, las grandes confesiones me llegan en los momentos más bajos. Sé que empezaré marcando una línea triste, pero es solo la antesala de mi felicidad. El cierre de mi discurso dejará ver la alegría que vive en mí desde nos permitiste entrar en tu vida. 

Pero soy así, mis sentimientos no tienen término medio y paso de cero a cien en dos segundos. Es el camino obligado que siguen mis palabras una vez que han tomado forma al salir del corazón. 

Quiero decirte que hoy, el segundo día desde que te has ido, aún no he encontrado la luz en ningún rincón de casa. Y todavía quedan seis hasta tu vuelta. Quien me lea pensará que algo malo ha pasado, y nada tiene que ver. Te has ido de vacaciones unos días y no es la primera vez que lo haces. Sin embargo, para mí, siempre es la primera vez. Separarme de ti es tan doloroso que no voy a intentar ni siquiera describirlo. Baste decir que estoy incompleta sin ti. 

No sé si es normal o no. Cabe la posibilidad de que el futuro te depare una madre sobreprotectora, que te encierre en una burbuja para tenerte el mayor tiempo posible a su lado, aunque si así fuera ahora estarías aquí. Lo más seguro es que siga prefiriendo este dolor a cambio de ver que eres feliz y disfrutas de la vida. Es lo que hacen la mayor parte de las madres del mundo y todas sobreviven al pequeño tirón que les da el corazón. Está claro que yo también. 

Pero... el dolor sigue ahí.

Cuando en algún momento no me veo capaz de aguantar las lágrimas, proyecto en mi mente nuestra historia desde el momento en el que nos abrazamos por primera vez. La visualizo en cuestión de segundos y mi estado de ánimo mejora un poquito. 

Y es extraño, porque al final lo que más recuerda mi piel es tu cuerpecito de noventa centímetros encerrado entre mis brazos y los de papá rodeándonos mientras lloramos de felicidad. Creo que es mi momento preferido y lo revivo una y otra vez cuando estoy triste. Son los segundos que dieron comienzo a esta familia que hemos creado. Los que constituyen el primer capítulo de nuestra historia. Todo lo anterior son las precuelas de una cinta de la que aún estamos escribiendo el guion. Por eso, son los que atesoro en lo más profundo de mi corazón. Están grabados a fuego en mi mente y en mi piel. ¿Sabes que la memoria olfativa es la más poderosa de todas? Pues gracias a ella ese momento también ha quedado grabado en mi subconsciente, porque no solo recuerdo las personas, los colores o las emociones de ese día. También recuerdo tu olor. Y cuando mi mente lo invoca, es mi corazón el que se estremece, porque solo él sabe todo lo que significa. Solo él entiende su importancia. Solo él, motivado por este recuerdo tuyo que provoca que se salte un latido, tiene la capacidad de devolverme la felicidad que hoy, al no tenerte cerca, se me escapa sin quererlo.

Te quiero más allá de lo posible. Entiendo, en toda la extensión, la infinidad del amor de una madre, porque en su momento, apreHEndí que una madre ama, pero hace dos años y algo más de dos meses aprendí cuánto se llega a amar. Y que me perdonen los matemáticos por la incongruencia que escribiré a continuación, pero infinito es solo el principio.

Como te decía al comenzar, sé que si intentara explicarte hoy todo esto, no lo entenderías. Por eso lo dejo aquí, registrado, para que lo leas cuando estés preparado. Y hago este escrito público por si pudiera ayudar a otra mamá o futura mamá como yo. Sé que cuando lo leas lo comprenderás.

Hace poco abrimos el primer diente de la cremallera de tu mochila y demostraste ser fuerte. Eres un niño de casi siete años pero estuviste más sereno que yo. Menos mal que el sol entraba por nuestra espalda, asomándose tímido aún entre las rendijas de la persiana, y así, envueltos entre las sábanas de mi cama, nos protegimos mutuamente de las miradas del otro, para ahondar tranquilamente en los sentimientos que tus primeras preguntas nos provocaban. Y me diste una lección de templanza. Y te quise un poco más, si es que se puede, porque hiciste que una vez más me sintiera orgullosa de ti. Y sé que tú te sentiste orgulloso de ti... Y creciste un poco más ese día.

Aún tenemos que seguir abriendo tu mochila, pero será cuándo tú nos indiques. Es posible que cuando estés leyendo esto, continuemos investigándola, pero espero que estas palabras que aquí te dejo te ayuden a descubrirla mucho mejor.

Quién sabe si para entonces nuestra familia habrá aumentado o seguiremos siendo solo tres protagonistas esperando el guion del siguiente acto. "Nunca se sabe", como tú dices. Pero lo que sí tengo claro es que para cuando llegue ese momento papá y yo seguiremos estando aquí por y para ti, ayudándote a marcar cada paso del camino, curándote las rodillas peladas de las caídas que aún nos quedan por vivir y dándote nuestra mano para que puedas levantarte y seguir adelante. 

Y como hago cada noche desde que nos conocimos, me despido repitiendo las palabras que desde entonces no he dejado de pronunciar ni un solo día:

I LOVE YOU A LOT. FROM HERE, TO THE MOON AND BACK.