Tu vida cambia. Y lo digo en serio.
D. no es un niño tranquilo. Siempre tiene los niveles de energía al 200%. Las ideas continuamente están tomando forma en su cabeza. Además, ayuda, hace fichas en casa todas las tardes, pasa un montón de tiempo jugando: solo, con su padre, conmigo, con la perra, con la bici... baila con cualquier ruido que dure más de tres segundos y canta y se inventa la letra de las canciones a su antojo.
Pero cuando Spiderman hizo su aparición, el ritmo de D. se incrementó hasta límites insospechados.
La noche del 24 de diciembre, el peque se acostó recordándome que apagase la chimenea y la dejase abierta para que Santa pudiera entrar en casa sin problemas. Se aseguró de dejar bien preparado un vaso de zumo y unas galletas para Papá Noel y un barreño con agua para los renos, que seguro tendrían sed. Le dijo a la perra que no tocara nada y se fue a dormir. A la mañana siguiente, amaneció rondando las ocho y media y su primera pregunta fue si había venido Santa. Como en estos casos hacer esperar a un niño es casi cruel, allá que nos levantamos su padre y yo y bajamos los tres las escaleras. Bueno, Marcos bajó las escaleras y yo arrastré un cuerpo rígido, rígido, rígido que llevaba los ojos tres metros por delante de la cara. El pobre tenía un conflicto inmenso: no sabía si quería ver los regalos o prefería correr a esconderse debajo de las sábanas...
Sobra decir que Papá Noel colocó los regalitos estratégicamente para que el último en abrir fuera el disfraz. Y así fue. Todo lo encantó pero cuando desenvolvió el paquete y apareció el trozo de tela azul y rojo, D. empezó a saltar de alegría y a gritarle las gracias a Santa recordándole lo maravilloso que era.
Tardó nada y menos en quitarse el pijama y transformarse... Y vaya si lo hizo:
Desde entonces desayunamos, comemos y cenamos con un superhéroe. Y una se siente mucho más tranquila... o no. Porque tan pronto se disfraza, le poseen unas ganas enormes de moverse, de soltar energía, de correr por toda la casa, de experimentar nuevos saltos y patadas giratorias (o algo parecido), "yo te ayudo" y "yo lo hago" son las frases más repetidas.
Claro que, como todo superhéroe que se precie, nuestro Spiderman tiene enemigos en casa y subir solo a su cuarto implica una conversación del tipo:
D.: No subo solo que tengo miedo.
Yo: ¡Si eres Spiderman! Spiderman nunca tiene miedo.
D.: ¿No?
Yo: ¡No! ¡Spiderman es fuerte y valiente!
D.: An, vale.
Y ahí queda la cosa.
El problema de tener un ídolo es que, en algún momento, el mito se nos cae del pedestal. Y esto ocurrió cuando vimos la peli de Spiderman. Mi pobre héroe creía que el superhombre era cualquier cosa menos eso: un hombre. Y tras los primeros minutos de peli su cara de decepción era digna de ver. "¡Si no es Spiderman, mamá! Es solo un hombre", y ahí una tiene que contar que todos los héroes son humanos que tienen una vida normal y que solo se transforman cuando hay que ayudar a la gente.
Por fortuna el golpe duró poco y D. vuelve a vestirse de rojo y azul en cuanto abre los ojos por la mañana.
Y por suerte para nosotros, ser superhéroe implica acabar el día sin una sola gota de energía en el cuerpo:
Felices sueños, príncipe.
2 comentarios:
ya me imagino la emocion!! la verdad es que lo viven de una forma que se te cae la baba...quien volviera a pillar esa edad...
;)
Que gracioso Laura!!! son geniales.
Ya podríamos pedir a Santa o a los Reyes un poco más de energía para nosotros, y así poder sobrellevar mejor la que tienen nuestros superhéroes.
Un beso.
María J:
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