El 7 de marzo hizo un año de la tan esperada llamada y me acuerdo como si fuera ayer. Recuerdo dónde estaba, qué hacía minutos antes, qué llevaba puesto, cómo estaba la casa... Recuerdo cada palabra de la conversación, el temblor que me recorrió, el saber que tenía que coger el teléfono aunque no conociese el número... Todo. Me acuerdo de todo. Y, sin embargo, no soy capaz de recordar lo que comí ayer. La mente hace cosas maravillosas.
Igual es porque mi proceso adoptivo no lo recuerdo solo con la cabeza. También lo hago con cada poro de mi piel, con cada una de las veces que he respirado desde entonces. Recuerdo con el alma y con el corazón. Es un recuerdo que está tatuado en mí y que permanecerá intacto el resto de mis días.
Es increíble cómo ha cambiado todo desde entonces. Y no me refiero solo al ritmo de vida. Eso entra dentro de la lógica: en mi casa el silencio ha desertado, la mañana llega antes y la noche no es bien recibida. En mi casa, nada está en orden y los juguetes conviven con la ropa interior, la comida o la vajilla. En mi casa, la rutina ha cambiado y hasta la perra pide a voces un descanso...
Pero no es esto lo que me maravilla. Lo que me sorprende es cómo he cambiado yo desde entonces. Sigo siendo la misma que era, por supuesto, pero soy distinta. Como maestra de Infantil, desarrollé una serie de capacidades dignas de un súper héroe, sin embargo, nada comparado a mis nuevos poderes como madre. En un año soy capaz de sentir un 200% más de alegría, de felicidad y de dolor. Mi paciencia ha aumentado hasta límites insospechados. De hecho, ahora sé que soy paciente. Lo de hace un año... bah! Eso era un chiste. Hoy descubro que tengo una capacidad de adaptación superior a la de cualquier otra especie: ahora entro, ahora salgo, ahora canto, ahora río, ahora regaño, ahora beso, ahora juego, ahora duermo, ahora como... Y da igual si lo quiero hacer o no. O me adapto o estoy perdida. Además soy capaz de pasar de 0 a 300 sin ni siquiera tener que proponérmelo. ¿Vida sedentaria? El caso es que me suena... pero no logro recordar cuándo hice eso por última vez.
Antes me levantaba veinte minutos antes de lo necesario para desayunar con tranquilidad y no empezar estresada la jornada laboral y con diez minutos más tenía suficiente para prepararme. Y ahora descubro que soy capaz de encender la chimenea, darle el desayuno a la perra y a la coneja, calentar la leche, preparar el cola-cao, los cereales, los zumos, el almuerzo y medicinas varias, asearme, vestirme y ocuparme del peque en un tiempo récord. Lo que aún no he conseguido es llegar tan relajada a clase como hace un año...
Gracias a las rutinas he conseguido interiorizar todos y cada uno de los movimientos que realizo cada mañana y cada tarde y ya los hago sin pensar, como un autómata, de manera que cada vez voy rascando un minutillo más al reloj para sentarme a descansar al final del día. Lo que no hago, sin embargo, es disfrutar de esos minutos porque siempre me duermo antes!!!
No sé... Ahora echo la visto atrás y parece que no fue hace un año. Parece que mi vida siempre ha sido así. Que el día en que emprendimos el viaje de la adopción fue hace siglos.
D. es una parte de mí tan grande que lo es todo. Miro a través de sus ojos y vuelvo a maravillarme. Llora él y es mi corazón el que se rompe. Cada palabra que reconoce cuando lee es un descubrimiento tan sorprendente que soy yo misma la que se emociona. Cuando se pone malo y le da algún ataque de tos, es mi cuerpo el que se estremece con cada sacudida. Si ríe, el sonido de su risa basta para llenar todos los rincones de mi alma. Un abrazo suyo me hace sentir la mujer más poderosa del universo. Su mirada es tan profunda cuando se siente feliz, que podría jurar que el mundo entero cabe en ella.
Asusta pensar que una personita tan pequeña ejerce esta influencia en mí. Nunca antes me había cuestionado tanto a mí misma. Acostarme cada noche y hacer balance del día es lo único que consigue que el sueño se retrase. Y cuando abro los ojos cada mañana, tengo que reprimir las ganas de salir corriendo a estrujar a mi príncipe, porque un solo segundo sin tenerlo a mi lado ya es una eternidad...
A veces pienso que esto quiere decir que me he convertido en una de esas madres insufribles, sobreprotectoras, que no dejará a su hijo respirar tranquilo. Pero otras veces llego a la conclusión de que, desde el mismo instante en el que lo toqué por primera vez, algo se apoderó de mí y jamás, jamás, jamás podrá ser de otra manera.
¿Es esto ser madre? Si es así, es un auténtico y doloroso sufrimiento.
¡Pero qué sufrimiento tan dulce! ¡Bendito el sufrimiento! ¡Bienvenida la hora en que llegaste a mi vida!
3 comentarios:
¡Cómo me suena lo que cuentas!Un saludo
Que bonita entrada!!, La verdad es que todo lo que cuentas son un cúmulo de sentimientos que llegan con la maternidad y ya no se van nunca.
Una aprende a organizarse por que no hay más remedio. Y cada paso de nuestros hijos nos emociona de forma increíble.
un abrazo
No entro mucho por aquí porque estoy al tanto de todo lo que pasa con D, pero cada vez que lo hago me maravillo de cómo cuentas las cosas.
Eso sí, ahora que el niño es del Atleti, un sufrimiento más, jajajaja.
Besos a los tres !!
Nieves.
Publicar un comentario