El día 6 me acosté feliz sabiendo que a la mañana siguiente tendría la sonrisa de mi príncipe como mejor regalo del mundo, pero lo que no podía imaginar es que podría existir uno más grande aún. Y es que, cuando amanecí, D. estaba esperando a que me levantara para venir corriendo, echarse en mis brazos y gritarme:
¡Felicidades, mami! ¡Te quiero mucho, mucho, mucho!
Y es que, aunque D. es un niño muy cariñoso, muchísimo, no suele decir esas cosas. Por eso, el regalo fue doblemente maravilloso...
Estoy deseando que llegue el próximo año.
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