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sábado, 6 de marzo de 2010

El hada que quería ser mamá.

PARTE II
El hada que quería ser mamá tenía un problema que se lo impedía: no tenía alitas y sin alitas nunca podría subir a lo alto del Árbol Sagrado. Perdió las alitas cuando era pequeñita, pues se las pinchó con las espinas de una rosa y se le rompieron. Todas creían que le volverían a crecer… pero no fue así.
El caso es que la pobre estaba muy triste. Día tras día intentaba llegar a lo alto del Árbol Sagrado trepando por su tronco, pero apenas había avanzado un palmo y ya estaba cansada. Así que, cada tarde, volvía a su casa destrozada por la pena. Pasaba siempre por delante de la anciana hada, llorando y llorando. Ésta, la veía triste, pero nunca le decía nada. Hasta que un día la llamó por su nombre. Las demás hadas no se podían creer que hubiera hablado y aún más les costó comprender por qué la joven hada siguió hasta el interior del bosque.

A solas, la anciana hada le contó que, si de verdad quería ser madre, no era necesario que subiera a lo alto del Árbol Sagrado, pues ella sabía que en un lugar del bosque existía un refugio para todas aquellas hadas bebés cuyas madres no habían tenido paciencia para esperar la lluvia de caramelo. En estos casos, una preciosa golondrina, recoge las camas de nube y las transporta con su pico a este refugio especial dentro del bosque. Allí crecen y se mantienen a la espera de encontrar a alguien que quiera cuidarlas.
A la joven hada le pareció maravillosa esta idea y aceptó enseguida convertirse en madre de una de estas haditas.
Pero entonces su alegría se esfumó al enterarse de que las cosas no iban a ser tan fáciles: del mismo modo que unas tenían que subir a lo alto del Árbol Sagrado y, con su cama de nubes esperar a la lluvia de caramelo, ella tendría que pasar por otra serie de pruebas: en primer lugar, debería ir a hablar con el duende encargado del Refugio, tendría que explicarle por qué motivo había elegido el Refugio para convertirse en mamá. A continuación debería ir, durante un tiempo, al arroyo que pasaba cerca del Árbol Sagrado. En él, miraría su reflejo y tendría que descubrirse a sí misma, conocerse, entenderse, escucharse. Y después, debería esperar la respuesta del arroyo. Ésta no llegaría en un momento determinado, sino que habría que esperar un tiempo. Entonces, si el arroyo le devolvía su reflejo claro, nítido y sin movimiento, todo habría salido bien y la espera había merecido la pena.

3 comentarios:

irdala dijo...

¡Madre mía, qué lagrimones! Me vas a matar, hija mía! Entre los cuentos y la espera... ¡no se yo si voy a salir viva de esta aventura!
Mira que me he pasado años diciéndote que escribieras... En fin, nunca es tarde si la dicha es buena.
Besos, Laurita.

Laura dijo...

Hombre, claro que tienes que salir viva que ya verás qué bien cuando estén tus nietos aquí y le puedas contar mil cuentos mejores que estos! ¿Recuerdas el de la sirenita y las escaleras? Ése podría ser el primero, que de casta le viene al galgo!
Besos, mamá.

Nieves dijo...

ay, ay, ay. Pobre hada. Eso del cursillo es terrible.
Voy a leer lo que sigue, que me está encantando.

besos